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miércoles, 30 de abril de 2008

La leyenda de Licarayén

Esta leyenda cuenta la historia de la joven doncella Licarayén, y la formación de los lagos de Llanquihue, Todos los Santos y Chapó.


Licarayén era la hija menor del cacique de una de las tribus que vivían alrededor de los volcanes Osorno y Calbuco, en el sur de Chile. Ella estaba enamorada de un joven y valiente toqui (líder guerrero) llamado Quitralpique, quien se enamoró de ella a primera vista y, dada la intensidad con que se amaban y la felicidad que se prodigaban, estaba previsto que se casaran a la siguiente primavera.
Un Pillán es un espíritu en general benigno, aunque puede castigar o permitir el castigo por parte de los wekufe.

El Pillán que interviene en este relato en particular reside en el interior de los volcanes y demuestra su poder vomitando humo y azufre. Como no soportaba la felicidad de estos jóvenes, se dispuso a castigar a los mapuche arrojando verdaderas lenguas de fuego infernal y humo desde el volcán Osorno. Tanto, que durante las noches el espectáculo era pavoroso.

Preocupados, los mapuche se reunieron en asamblea para tratar el asunto y resolver de qué modo podrían aplacar la furia del Pillán. Estando en eso, apareció misteriosamente entre ellos un viejo. Nadie supo quién era ni de dónde venía, pero él pidió permiso para hablar y les dijo: "Para llegar al cráter es necesario que sacrifiquéis a la virgen más hermosa de la tribu. Debéis arrancar el corazón y colocarlo en la punta del Pichi Juan, tapado con una rama de canelo. Veréis entonces que vendrá un pájaro desde el cielo, se comerá el corazón y después llevará la rama de canelo y elevando el vuelo la dejará caer en el cráter del Osorno”. Luego, tan sigiliosa y misteriosamente como había venido, se esfumó.

El cacique comenzó a averiguar cuál de las doncellas era considerada la más virtuosa, hallando dolorosamente que se trataba de Licarayén, su hija menor. Entonces, con lágrimas en los ojos le dijo a su hija que había sido elegida para salvar a su pueblo de la furia del Pillán.

Ella aceptó el sacrificio con la única condición de que Quitralpique fuera quien tomara su corazón, ya que él era su único dueño.

Entonces le tocó a Quitralpique preparar el lecho de flores donde ella se recostaría para ser sacrificada y, cuando ella finalmente murió, abrir el pecho de su amada para extraer el corazón, y lo entregó al padre de ella, para proceder como el viejo les había indicado.

El más fornido de los mancebos fue encargado de llevar el corazón y la rama de canelo a la cima del cerro. Toda la tribu quedó en el valle esperando la realización del milagro. Y he aquí, que apenas el mancebo había colocado el corazón y la rama de canelo en la roca más alta del Pichi Juan, apareció en el cielo un enorme cóndor que, bajando en raudo vuelo, de un bocado se engulló el corazón y agarrando la rama de canelo emprendió el vuelo hacia el cráter del Osorno, que en esos momentos arrojaba enormes lenguas de fuego. Dio el cóndor, en vuelo espiral, tres vueltas por la cumbre del volcán y, después de una súbita bajada, dejó caer dentro del cráter la rama sagrada.

En ese mismo instante comenzó a caer sobre la tierra, blanquísima nieve que fue cubriendo el cráter, parecía que el alma pura de la virgen volvía hacia la tierra en busca de su amado y en ese mismo momento el toqui se arrojó sobre la punta de su lanza, atravesando su pecho, se partió el corazón para unirse a Licarayén.

Y llovió nieve; días, semanas, años enteros. Fue una verdadera lucha entre el fuego que subía del infierno y la nieve que caía del cielo. Al derretirse, la nieve corría formando impetuosos torrentes por las faldas del Osorno y del Calbuco y corriendo se despeñaba en los inmensos barrancos que servían de defensa a la morada del Pillán, hasta que llenando las hondonadas profundas, las aguas quedaron al nivel de las tierras cultivadas,formándose los lagos de Llanquihue, Todos los Santos y Chapó.

Cuando los mapuches volvieron al lugar en que se había consumado el sublime sacrificio de la púdica virgen y del toqui, vieron con asombro que las flores que habían servido de lecho mortal a Licarayén, habían echado raíces y que sus ramas, entrelazándose, formaban el más hermoso palacio que jamás mente humana pudo imaginar.